martes, 17 de julio de 2018

Tusa mundialista



¿De quién será la culpa de estas ganas de morirme que tengo hoy? De esta desidia para levantarme de la cama y desayunar, de esta nostalgia perjudicial que traigo a cuestas, de esta opresión profunda en el pecho, de este remordimiento cruel de repasar una y otra vez lo que pudo haber sido y no fue. 

¿La culpa será del árbitro estadounidense, Mark Geiger, que pitó a favor de los ingleses durante los 120 minutos? ¿O del VAR omnipresente que no quiso ver lo que no convenía? ¿O más bien de Néstor José Pékerman por esa estrategia tan mezquina de poner al equipo solamente a defender? ¿O de los muchachos que salieron a la cancha muertos del susto igual que hace cuatro años contra Brasil?¿O tal vez de Carlos Sánchez por ese penalti innecesario ? ¿O quizá de la prensa deportiva criolla, experta en vender humo, ilusionar y distraer, al convencernos de que teníamos un gran equipo? ¿O acaso de la Federación que anda más preocupada por las relaciones públicas y llenarse los bolsillos que en construir procesos sólidos con las selecciones juveniles?

Esta mañana, mientras me lavaba los dientes por inercia, reconstruía cada una de las pocas opciones de gol que tuvo la Selección Colombia contra Inglaterra antes de quedar eliminada del Mundial. Y entonces irremediablemente entré en el consuelo inútil de las suposiciones. Y si Sánchez no hubiera tumbado a Kane dentro del área de penal, y si Ospina lo hubiera atajado y si Cuadrado hubiera metido ese balón que mandó a las graderías diez minutos antes de terminar el partido. Hipótesis todas que siguen dando vueltas en mi cabeza desde anoche cuando no tuve más remedio que apagar la luz y enfrentarme a la espantosa idea de tratar de dormir, sabiendo que la ilusión mundialista había terminado prematuramente, otra vez.

Lo peor es que cada cuatro años se repite la misma historia. Un año y medio sufriendo las eliminatorias suramericanas, después viene el orgullo de estar entre las cuatro que representarán al continente. Meses después, el sorteo de los grupos. Y allí, que nos tocó uno de los más asequibles, sin ningún campeón histórico, solamente la modesta Polonia, los africanos de Senegal y Japón, al que goleamos hace cuatro años. Que pudo ser peor, como a Perú que le tocó con Francia o a México con Alemania y Suecia juntas. Mentiras todas, alimentadas por la prensa, que terminamos por creer y convertir en verdades absolutas.

En muchos países de Suramérica, no hay mayor expectativa que el debut de su selección en el Mundial, es una pasión que se vive casi con la misma devoción con la que se va a misa o se bautiza a un retoño. Por algo Eduardo Galeano decía que “el fútbol es la única religión que no tiene ateos”. Y al final todo eso para nada, porque desde hace 16 años que no somos campeones. ¿Ven cómo hablo del “nosotros” cuando me refiero a América del Sur?

Al final, en esa ficción de la guerra entre naciones que es un Mundial de fútbol no hay mayor goce que vengar en la cancha lo que no que no se pudo defender con el ejército. Así, Diego Maradona se convirtió en héroe nacional por eliminar a Inglaterra con dos goles inolvidables, justo cuatro años después de que Argentina perdiera la Guerra de las Malvinas. Para quienes nacimos en esta región, devastada y saqueada por colonizadores europeos, el Mundial de Fútbol siempre será una oportunidad de desquitarnos por tantos siglos de injusticias; el progreso de Europa fue a costa de la pobreza de América.

Por eso es tan triste ver que los últimos mundiales los ganan países europeos, que potencian sus selecciones nacionalizando jugadores extranjeros con un argumento irresistible en nuestro tiempo: el dinero. Es el caso de Francia, selección en la que 15 de sus 23 jugadores son hijos de inmigrantes. En la religión del capitalismo en que vivimos, el espectáculo que organiza la FIFA cada cuatro años, es una de las mayores manifestaciones de poder, como de las que se jactaba, otrora la Iglesia Católica. Amén.

Pero a veces pienso que la culpa es únicamente mía. Por ilusionarme cada cuatrienio con el sueño cada día más lejano, cada día más codiciado de ganar un Mundial; por querer volver a ser aquel niño de ocho años que lloraba de felicidad cuando su equipo ganaba un partido; por atormentarme cada año en que no hay Mundial, por considerar cada uno de esos años como años perdidos, años inútiles. Ya tengo 52 años de edad y mi vida no se puede seguir dividiendo en Mundiales de Fútbol. Es hora de que me empiece a responsabilizar por mis actos y sus consecuencias. Yo soy el único culpable de esta fe ciega que me inunda cada cuatro años, de esta culpa inmensa, de esta perpetua infelicidad…


@Tecnorot

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