En uno de los mejores partidos del Mundial, Japón estuvo a
punto de dar un batacazo sobre la selección número tres en el ranking de la FIFA, pero la
estrategia de buscar la victoria de manera desenfrenada le terminó pasando cuenta
de cobro. Crónica de un plan insensato.
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Marouane Fellaini de Bélgica al marcar el empate 2-2 sobre
Japón en los octavos de final de la Copa Mundo Rusia 2018. Foto tomada de www.fifa.com
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La primera parte transcurrió como
un suspiro. Asiáticos y europeos compartieron la posesión del balón de manera
equitativa pero sin hacerse daño. Durante los primeros 45 minutos, no se notó
que la selección número 3 en el ranking de la FIFA se enfrentaba a la número 61,
como tampoco que la primera está valorada en 558 millones de euros, mientras
que la segunda apenas alcanza los 66 millones. Shinji Kagawa comandaba la
resistencia ante las arremetidas de Hazard, Lukaku, De Bruyne y compañía. Los
japoneses a punta de orden y técnica intentaban contrarrestar la potencia física
de las costosas estrellas de la Premier League.
A los tres minutos del segundo
tiempo el volante Takashi Inui desde la mitad de la cancha envió un pase filtrado
a Haraguchi, quien definió con un tiro potente y rasante al palo de la mano
derecha de Cortouis. ¡Gol de Japón! Cuatro minutos después (a los 52’) el mismo
Inui anotó el segundo. Remató de larga distancia
un balón inatajable para los 1.99 mts. del guardameta europeo. Sorpresivamente el
mejor equipo de la fase de grupos recibía dos goles en menos de cinco minutos, por primera vez en el torneo
estaba contra las cuerdas. Todo era caos y confusión en
Bélgica. David vencía a Goliat.
Pero
el tiempo, esa magnitud física con que medimos la duración de los
acontecimientos, es tan subjetivo como traicionero. Así que mientras para los
belgas los minutos se esfumaban, para los japoneses se hacían eternos, con el atenuante
que los segundos carecen del oficio necesario para defender un resultado: tener
la pelota, llevarla a las bandas, trabar el partido, perder tiempo, provocar al
rival (los uruguayos sí que saben de eso).
Y cuando el invicto de 22
partidos de Bélgica parecía llegar a su fin, el azar intervino a favor de los
europeos. Un cabezazo insignificante del defensor Vertoghnen a un costado del área
con intención de centro terminó colándose en el arco de Kawashima. Extraño gol
que resucitó a los diablos rojos y destapó la principal debilidad de los
nipones: el juego aéreo. Cinco minutos duró la resistencia japonesa. Un nuevo balón aéreo y el gigante Fellaini, de
cabeza, marcó el empate. Ahora eran los japoneses quienes no lo podían creer.
El alargue era inminente. En la
agonía del encuentro, los japoneses se posicionaron en el campo rival con la ilusión
de llevarse el triunfo, ilusión estimulada por un tiro libre de 30 metros que
Honda cobró al mejor estilo del brasileño Roberto Carlos. Cortouis apenas pudo
enviarla al tiro de esquina. Los de Bélgica se agazaparon para defender el que
parecía el último ataque del partido.
El mismo Honda corrió a la esquina
para cobrar. A pesar de haber perdido los dos goles de ventaja, jugar otros 30 minutos
con la opción de ir a la tanda de penaltis no parecía tan mal negocio para
Japón. Después de todo ellos nunca habían sido favoritos, y como el equipo de Bélgica
había hecho un gran esfuerzo para igualar el marcador la potencia de sus atacantes estaría mermada para la prórroga . Lo sensato era apoderarse
del balón y dejar que los segundos se agotaran. Después se podría ejecutar otra
estrategia.
Pero los japoneses, quizás enceguecidos por la ansiedad de conseguir un triunfo rápido, quizás para librarse de una vez por todas de esos centros infernales que no podían defender o quizás por su acondicionamiento cultural a cumplir las normas de manera estricta, no quisieron desperdiciar ni un solo segundo del juego. Por eso Honda, recordando a los kamikazes que se estrellaban contra la armada estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, se apresuró a lanzar un centro que cayó fácilmente en las manos de Courtois, quien de inmediato se la envió a De Bruyne para dar inicio al contragolpe letal que en diez segundos acabó con las ilusiones de la selección japonesa.
Pero los japoneses, quizás enceguecidos por la ansiedad de conseguir un triunfo rápido, quizás para librarse de una vez por todas de esos centros infernales que no podían defender o quizás por su acondicionamiento cultural a cumplir las normas de manera estricta, no quisieron desperdiciar ni un solo segundo del juego. Por eso Honda, recordando a los kamikazes que se estrellaban contra la armada estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, se apresuró a lanzar un centro que cayó fácilmente en las manos de Courtois, quien de inmediato se la envió a De Bruyne para dar inicio al contragolpe letal que en diez segundos acabó con las ilusiones de la selección japonesa.
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