lunes, 2 de julio de 2018

Rusia 2018: un ataque kamikaze sobre Bélgica


En uno de los mejores partidos del Mundial, Japón estuvo a punto de dar un batacazo sobre la selección número tres en el ranking de la FIFA, pero la estrategia de buscar la victoria de manera desenfrenada le terminó pasando cuenta de cobro. Crónica de un plan insensato.


Marouane Fellaini de Bélgica al marcar el empate 2-2 sobre Japón en los octavos de final de la Copa Mundo Rusia 2018. Foto tomada de www.fifa.com

Desde el momento en que entonaron las melancólicas notas de su himno nacional sobre el césped del Rostov Arena, los orientales parecían presagiar una tragedia inevitable. La brevedad del Kimi ga yo (himno de Japón, el segundo más corto del mundo) contrastó con su significado: “Que su reinado dure eternamente”. En la cancha, la alegría japonesa sería tan fugaz como su himno.  


La primera parte transcurrió como un suspiro. Asiáticos y europeos compartieron la posesión del balón de manera equitativa pero sin hacerse daño. Durante los primeros 45 minutos, no se notó que la selección número 3 en el ranking de la FIFA se enfrentaba a la número 61, como tampoco que la primera está valorada en 558 millones de euros, mientras que la segunda apenas alcanza los 66 millones. Shinji Kagawa comandaba la resistencia ante las arremetidas de Hazard, Lukaku, De Bruyne y compañía. Los japoneses a punta de orden y técnica intentaban contrarrestar la potencia física de las costosas estrellas de la Premier League.

A los tres minutos del segundo tiempo el volante Takashi Inui desde la mitad de la cancha envió un pase filtrado a Haraguchi, quien definió con un tiro potente y rasante al palo de la mano derecha de Cortouis. ¡Gol de Japón! Cuatro minutos después (a los 52’) el mismo Inui anotó el segundo. Remató de larga distancia un balón inatajable para los 1.99 mts. del guardameta europeo. Sorpresivamente el mejor equipo de la fase de grupos recibía dos goles en menos de cinco minutos, por primera vez en el torneo estaba contra las cuerdas. Todo era caos y confusión en Bélgica. David vencía a Goliat.

Pero el tiempo, esa magnitud física con que medimos la duración de los acontecimientos, es tan subjetivo como traicionero. Así que mientras para los belgas los minutos se esfumaban, para los japoneses se hacían eternos, con el atenuante que los segundos carecen del oficio necesario para defender un resultado: tener la pelota, llevarla a las bandas, trabar el partido, perder tiempo, provocar al rival (los uruguayos sí que saben de eso). 

Y cuando el invicto de 22 partidos de Bélgica parecía llegar a su fin, el azar intervino a favor de los europeos. Un cabezazo insignificante del defensor Vertoghnen a un costado del área con intención de centro terminó colándose en el arco de Kawashima. Extraño gol que resucitó a los diablos rojos y destapó la principal debilidad de los nipones: el juego aéreo. Cinco minutos duró la resistencia japonesa.  Un nuevo balón aéreo y el gigante Fellaini, de cabeza, marcó el empate. Ahora eran los japoneses quienes no lo podían creer.

El alargue era inminente. En la agonía del encuentro, los japoneses se posicionaron en el campo rival con la ilusión de llevarse el triunfo, ilusión estimulada por un tiro libre de 30 metros que Honda cobró al mejor estilo del brasileño Roberto Carlos. Cortouis apenas pudo enviarla al tiro de esquina. Los de Bélgica se agazaparon para defender el que parecía el último ataque del partido.

El mismo Honda corrió a la esquina para cobrar. A pesar de haber perdido los dos goles de ventaja, jugar otros 30 minutos con la opción de ir a la tanda de penaltis no parecía tan mal negocio para Japón. Después de todo ellos nunca habían sido favoritos, y como el equipo de Bélgica había hecho un gran esfuerzo para igualar el marcador la potencia de sus atacantes estaría mermada para la prórroga . Lo sensato era apoderarse del balón y dejar que los segundos se agotaran. Después se podría ejecutar otra estrategia.

Pero los japoneses, quizás enceguecidos por la ansiedad de conseguir un triunfo rápido, quizás para librarse de una vez por todas de esos centros infernales que no podían defender o quizás por su acondicionamiento cultural a cumplir las normas de manera estricta, no quisieron desperdiciar ni un solo segundo del juego. Por eso Honda, recordando a los kamikazes que se estrellaban contra la armada estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, se apresuró a lanzar un centro que cayó fácilmente en las manos de Courtois, quien de inmediato se la envió a De Bruyne para dar inicio al contragolpe letal que en diez segundos acabó con las ilusiones de la selección japonesa. 

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