lunes, 16 de julio de 2018

Rusia 2018: de campeones a campeoncitos


Tras vencer 4-2 a Croacia, Francia se coronó campeón en el Mundial del videoarbitraje y de los goles con pelota quieta. Luka Modric recibió el Balón de Oro. 

La Copa Mundial de la FIFA Rusia 2018 será recordada por la implementación del videoarbitraje (VAR); tal como sucedió en Alemania 2006 con los intercomunicadores para los árbitros y hace cuatro años en Brasil con el sistema “ojo de halcón”, que le permite a los colegiados saber con exactitud cuándo la pelota traspasa la línea de gol.

También será recordada porque 73 de los 169 goles marcados durante la competición (43%) llegaron con jugadas de balón parado, incluidos cobros de esquina, saques de banda, tiros libres y penaltis.

La final jugada en el estadio Luzhnikí de Moscú fue la síntesis del fútbol que se vio durante el torneo. A los 18 minutos Francia abrió el marcador con un cobro de tiro libre indirecto (por una falta a Griezman que no fue) que el croata Mario Mandzukic metió en su propio arco. Diez minutos después empató Ivan Perisic para Croacia con un potente remate, que recogió en el borde del área tras un cobro con pelota quieta.

Pero como la copa estaba destinada para los galos, al minuto 35 cobraron un tiro de esquina y el VAR interfirió. El árbitro argentino Néstor Pitana se acogió a las indicaciones que le enviaron por el intercomunicador y cambió el que inicialmente era un saque de meta por un penalti que Griezman cobró con frialdad. Al finalizar el primer tiempo quedaba una sensación de injusticia: los croatas habían tenido la iniciativa y el balón, pero los franceses, sin hacer mucho, se iban al vestuario con un gol de ventaja.

En la segunda mitad, Croacia, de la mano de Modric y Rakitic, salió con el mismo carácter y a los 48” casi obtiene el empate de no ser por una tajada imposible de Hugo Lloris. Con el paso de los minutos, los croatas fueron perdiendo intensidad mientras que los franceses ganaban confianza, con un escenario ideal para su estilo de juego.

Y entonces una vez más fue el partido más repetido del Mundial: un equipo con la ventaja en el marcador agazapado defendiendo el resultado contra un rival que tenía la pelota pero no hacía daño. Y así, con dos contragolpes fulminantes impulsados por Kylian Mbappe en un lapso de diez minutos el partido se puso 4-1. Después de ese mazazo, los croatas no se pudieron volver a levantar. Al minuto 69” una jugada más con el sello de Rusia 2018: Lloris le regaló un balón a Manzukic, y el delantero cobró venganza del autogol para dejar las cosas 4-2. Un resultado mentiroso, un resultado de los años 30, cuando se jugaba con más delanteros que defensas. 

Croacia jugó mejor, trató la pelota con respeto, asumió el peso de llevar la iniciativa de la final, y a pesar de todo eso no pudo sobreponerse a las pequeñas adversidades que fueron desequilibrando el partido (el gol por una falta que no fue, el penalti, las faltas que le cortaban el ritmo al juego croata, el desgaste mental, la mala suerte, etcétera) para llegar a ese final que celebró a rabiar el presidente francés, Emmanuel Macron, en el palco que compartía junto al presidente de la FIFA, Giannini Infantino, y Vladimir Putín, el anfitrión.


Francia es el merecido ganador del Mundial de los contragolpes letales, la posesión estéril, los goles en jugadas de balón parado y las intervenciones subjetivas de quienes manejan el VAR. Una selección notoriamente más africana que europea (15 de sus 23 jugadores son hijos de inmigrantes) obtuvo la segunda copa del mundo en la historia para un país xenofóbico. La victoria de esta selección multirracial puede ser vista como el triunfo de la diversidad étnica sobre la discriminación, pero también como el triunfo de una de las potencias mundiales (que tiene el dinero de reclutar los mejores talentos en este mundo globalizado), en una competición donde participan muchos países pero al final terminan ganando los mismos.

Con un fútbol ordenado y físico, en el que la táctica prevaleció la sobre la técnica, Francia avanzó sin despeinarse y repitió la marca de Brasil en el Mundial del 2002, al ganar todos los encuentros en los 90 minutos. A pesar de esos datos que terminan perdidos en los anaqueles de la historia del fútbol, esta selección dirigida por Didier Deschamps está muy lejos del nivel exhibido por el fútbol total que exhibió Alemania hace cuatro años o del tiqui taca que impuso la España de Xavi e Iniesta, mucho menos del “jogo bonito” de Ronaldo, Ronaldinho, Rivaldo y compañía.

El plantel de Deschamps abre la puerta para lo que puede ser la próxima tendencia en el futbol mundial: menospreciar la posesión del balón, obtener una ventaja y agazaparse para contragolpear con la velocidad de superatletas, que están entrenados más para correr los 100 metros planos que para hacer una gambeta, un enganche o una pared. Y con un fútbol cada día más físico, más defensivo, más amarrado al resultado, más manoseado por los poderosos, la rebeldía de driblar parece que está condenada a la extinción, o si no pregúntenles a Neymar, Messi y Ronaldo que tuvieron que empacar maletas antes de lo esperado, sin poder mostrar ni siquiera el 50% de su talento.

El próximo Mundial será en Qatar y tendrá 48 selecciones, lo que será un negocio más rentable para la FIFA, quién sabe si lo sea también para los espectadores. Personalmente no me imagino viendo un Malí vs Nueva Zelanda en la primera ronda del Grupo K. A este paso, no sería extraño que la FIFA reduzca los lapsos para el Mundial, y pasemos de tener un campeón cada cuatro años a un campeoncito cada dos. 


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