miércoles, 27 de mayo de 2020

Notas de cuarentena



Miércoles 

El cielo bogotano ha vuelto a cubrirse de nubarrones y una lluvia boba, insípida y persistente cae sobre la ciudad desde la madrugada hasta bien entrada la noche. Puede que el frío sirva para obligar al recogimiento en esta cuarentena, especialmente a esos ciudadanos incrédulos de los riesgos de contagio de un virus endémico, pero fervorosos creyentes de los memes y las actualizaciones con las que los bombardean los algoritmos en sus redes sociales. 
Martes 

Te encantaba la esclavitud confortable de la que ahora te quejas. Vivías atrapado entre pantallas, las mismas de las que te cuesta tanto desprenderte. Agarrabas el móvil para buscar el nombre de algo y podías pasar el resto de la tarde en un loop infinito, revisando el correo y poniéndote al día con las notificaciones de todas tus redes sociales, y sin saber exactamente cómo llegaste allí. Igual que cuando conduces para volver a casa y no recuerdas muy bien como llegaste hasta ella, pues durante todo el trayecto tu mente estuvo divagando, operando en modo automático. Las aplicaciones móviles y Netflix le dan sentido a tu vida, al punto que aprendiste a pensar como los protagonistas de tus series favoritas. Por eso te identificas con el matrimonio igualitario, los derechos LGBTI, el cambio de sexo, el feminismo, el lenguaje incluyente, la apología al uso de drogas recreativas, a las guerras en nombre de la democracia, y en contra de las dictaduras y del comunismo y del terrorismo y del socialismo y del narcotráfico y del libre mercado. Eres un librepensador y liberal y progresista. Todo un 'open mind'. No quieres soltar la mano de tu amo. 

Domingo

1.392 horas de aislamiento físico. Y en medio de este confinamiento, el único puente con el mundo exterior son nuestros dispositivos móviles. El laboratorio vivo continúa y podría volverse permanente para protegernos de un virus que nos acompañará durante los próximos años, un futuro que a pesar de lo espantoso, sería tan cotidiano que aprenderíamos a darlo por sentado con la misma naturalidad con la que oprimimos el interruptor para encender la luz o la computadora para acceder a internet. 

Recientemente en un artículo para el portal The Intercept, la periodista canadiense Naomi Klein cuestionó que Eric Schmidt, exCeo de Google, asesor del Departamento de Defensa de los EE.UU., y presidente de la poderosa Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial, fuera contratado para encabezar una comitiva que se encargará del escenario postcoronavirus en Nueva York. 

Un escenario en el que la tecnología y la vigilancia prevalecen sobre los derechos y las libertades de las democracias. Minería de datos, transacciones comerciales sin efectivo, escuelas virtuales, vehículos autónomos, telemedicina, 5G harían parte de esta solución que proponen, como única posible, los dueños de gigantes tecnológicos como Schmidt (Google), Bezos (Amazon) o Gates (Microsoft), entre otros.

Herramientas tecnológicas que amenazan directamente con el empleo de miles de docentes, enfermeras, conductores y muchas otras profesiones que quedarían obsoletas en un mundo completamente digital.

Y por otro lado, millones de trabajadores anónimos escondidos en almacenes, centros de datos, fábricas, talleres electrónicos, minas de litio, granjas industriales, plantas de procesamiento de carne, donde quedan expuestos a la enfermedad y a la despiadada explotación laboral. 


Nota: * En 2015, Google pasó a ser subsidiaria de Alphabet Inc, junto con otras ocho empresas, incluidas dos divisiones financieras; Capital G (fondo de capital de riesgo) y GV (inversión de capital de riesgo); dos laboratorios de investigación médica, Calico (biotecnológica para la longevidad) y Verily (investigación genética y de enfermedades), y tres de infraestructura de cable. Finalmente, su laboratorio de investigación y desarrollo secretos, llamado Google X.

*Marta Peirano. El enemigo conoce el sistema. Penguin Random House. 2019. 

Miércoles

A medida que pasan los días, el fantasma del coronavirus provoca menos terror que el fantasma de la recesión permanente. El Gobierno impone los muros invisibles y dispares que clasifican y dividen a la sociedad. El mutismo de las vías empieza a desaparecer con los motores de vehículos públicos y privados que se funden con cardúmenes de bicicletas de los domiciliarios para esparcirse como una gran mancha por toda la ciudad. Las calles desiertas se vacían con el pregón asfixiado de los vendedores callejeros y los ruegos de los mendigos. Al mismo tiempo, supermercados, tiendas y negocios reciben filas constantes de ciudadanos aislados y enmudecidos. Cuando llega la noche, las calles se van sumiendo poco a poco en la penumbra. Ni una luz, ni un ruido. La incertidumbre y el desasosiego se esfuman en la negrura.

Sábado

Han pasado cuarenta y cinco días desde que el Gobierno ordenó la cuarentena obligatoria en el país. Conduces por la autopista a cincuenta kilómetros por hora. No quieres ganarte un comparendo estúpido por exceder la velocidad para ir al supermercado. Las calles ya no están desiertas como cuando empezó la medida. De hecho por un momento olvidas que la ciudad se encuentra en cuarentena. El tráfico es bastante alto, pero caes en la cuenta de que es sábado y es posible andar. Entonces vuelve esa certeza aciaga que ahora te asfixia todas las mañanas cuando despiertas y comprendes que no se trata de un día normal, tampoco de una semana normal, ni siquiera de un mes normal. Y mucho menos será un año normal. Aceleras un poco pero no puedes deshacerte de la desilusión de que nada va a volver a ser como antes. La normalidad que conocíamos ha quedado atrás, para siempre.

Aunque sospechas que te encuentras en una posición cómoda mientras termina la tormenta. El problema es que quizás nunca termine. Te detiene el semáforo. Por inercia subes la ventana y miras hacia otro lado para tener la falsa sensación de que no te afecta la anciana andrajosa que te pide una moneda para poder comer. Siempre has utilizado la coraza de hielo para engañar tus sentimientos. Haces que no es contigo para no involucrarte emocionalmente, aunque te duela profundamente. Tratas de reconfortante con tu estúpido raciocinio que te ha convencido de que una moneda no cambiará las causas estructurales de la pobreza. Pero ante todo, no quieres abrir la ventana porque al abrirla podrías contagiarte. La mujer no lleva tapabocas. Está completamente expuesta, y sin embargo sigue ahí mucho más preocupada por conseguir dinero para alimentar a sus hijos que por el virus. Si no tiene dinero para comer, ¿cómo va a comprar elementos de protección? Pero esa es la lógica obtusa del capitalismo: si no produces algún producto o servicio no recibes dinero, y sin dinero no puedes vivir. Un asco de sistema que sigue exponiendo a la pobreza, al hambre y a la muerte a todos aquellos que no pueden producir. Al fin y al cabo, la pandemia declarada por la OMS golpea más a los que menos tienen.

Y ahora que el enemigo es invisible y se transmite por medio de nuestros cuerpos, te convencieron, al igual que al resto de ciudadanos del planeta, de que hay evitar el contacto físico, interactuar, hablar con tus semejantes. Hay que desconfiar del prójimo. Y si el Estado no puede hacer pruebas suficientes, todos somos sospechosos. Por eso tenemos que acostumbrarnos a vivir con tapabocas, pues en el prójimo podría estar alojado el virus. Y en esa nueva normalidad, los más vulnerables son también los más expuestos, los más sospechosos de todos.

Desde el vidrio que te separa de ese mundo que agoniza a tu alrededor, ves pasar la vida fugaz de los niños que siguen a su abuela pero los pierdes de vista, ya ni siquiera los puedes ubicar en el retrovisor. Pero ya no te afliges por la culpa de tener un poco más que los que no tienen nada, porque sospechas que ya nadie está a salvo de la hecatombe que se avecina. Ahora sabes que en tu posición supuestamente privilegiada solamente respiras encierro, condenado a acatar las órdenes de un sistema que por fin se está quitando la máscara. La única certeza que tienes es que no puedes retirarte el tapabocas. La luz del semáforo cambia a verde. Pisas el embrague, mueves la palanca a primera, pisas el acelerador. Sigues. Sigues. Sigues. No miras atrás. No puedes.

Viernes

Cada día se ve más gente en las calles. Unos porque las fábricas o negocios los obligan a ir a trabajar con la amenaza del despido, otros simplemente porque no soportan el encierro en sus casas, no se soportan a ellos mismos. Como ya no pueden viajar entonces huyen al parque, al supermercado, a la calle. Lo importante es huir de sí mismos hacia cualquier parte. Sospecho que estamos en ese momento de la película en que la gente se confía porque cree que el monstruo ya se fue. El problema es que lejos está de irse. Podría quedarse para siempre.

Jueves

A veces quisiera acostarme a dormir y despertarme en un año, cuando todo esto haya pasado. Pero reflexiono y es posible que en un año la situación esté igual, o peor. Nadie sabe.

Martes

Enciendo el televisor y en el noticiero están angustiados por la economía. Invitaron a distintos analistas para que convenzan a los televidentes de la enorme crisis que se avecina y los sacrificios que debemos hacer todos como sociedad. Lo curioso es que en ningún momento mencionan las contribuciones que están haciendo los banqueros y los grandes empresarios, los dueños del país. La culpa inculcada por la religión a sus feligreses es ahora la culpa trasmitida a los pequeños contribuyentes. El primer mandamiento del capitalismo es que en la producción está la ganancia. Si no estamos destinando nuestro tiempo para producir un producto o servicio que se puedan vender nos debemos sentir culpables, porque no estamos contribuyendo al engranaje capitalista. La advertencia a los ciudadanos ha sido la misma, incluso antes de la cuarentena: si no producen quedan fueran del sistema, sin posibilidad de tener cuentas bancarias, tarjetas de crédito, de adquirir cosas, etc. El augurio de las élites es claro: a quienes no produzcan solo les espera la pobreza, el hambre y la muerte.

Miércoles

360 horas encerrado. Ya leí, ya imaginé, ya milité, ya cuestioné y ya deseché cada una de las teorías conspiranoicas que he encontrado en las redes sociales. La de la teoría del murciélago, la de la conspiración china para dominar el mundo, la de la conspiración gringa contra la economía china, la de la epidemia selectiva para eliminar a los viejos, la de la venganza de la naturaleza para extinguir a la humanidad, la del virus creado en laboratorios por las multinacionales farmacéuticas, la de que fue un virus creado ante el inconformismo y las manifestaciones populares de los últimos meses en distintos lugares del mundo, la de que es una gripa común pero gobiernos, científicos y medios masivos quieren utilizarla para mantenernos atemorizados, controlados y aislados. Lo cierto es que ninguno de nosotros sabe nada. Las bacterias y los virus están por todas partes. Siempre han convivido entre los seres humanos. Lo único que podemos hacer es fortalecer nuestro sistema inmunológico.

Lunes

Leo en alguna aparte que la casa es ahora el nuevo centro de producción, consumo y control biopolítico en las sociedades actuales. Es cierto. Ya no necesitan las instituciones tradicionales del encierro y normalización. Ya no se necesitarán colegios, fábricas o cárceles. Ahora les basta con que teletrabajemos a cualquier hora del día, los siete días a la semana, pero que además encontremos el ocio y el placer justamente dentro de la misma prisión virtual, en la que nos encontramos sumergidos, para que produzcamos más, sin cuestionar, sin pensar. 

Miércoles

Tedio, incertidumbre. Todos los días son idiotas.

Sábado

Pienso. La ciencia es la religión de nuestro tiempo. Debemos creer en sus pastores científicos y tener fe ciega en ella durante esta pandemia, cuya difusión está en manos del gigantesco aparato de comunicaciones de la hegemonía de Occidente. Lo único cierto por ahora es que esta crisis global en unas cuantas semanas derrumbó el mito del antropocentrismo que heredamos del Humanismo: el hombre como centro del universo, amo y señor del planeta, dejando en evidencia la triste pero incuestionable naturaleza de la fragilidad humana.

Martes

La narrativa de la guerra contra el virus empieza a homogeneizarse entre gobiernos y medios de comunicación de todo el mundo. El afán de buscar un enemigo en común para justificar la existencia de un Estado protector, totalizante. El enemigo no es el virus, porque esta cepa de coronavirus no nos quiere conquistar, ni someter, ni esclavizar. Ni siquiera tiene conciencia de ello. Es la ilusión del crecimiento ilimitado que hace posible la acumulación de capital, y que lleva al hombre a la cría industrial de animales y el crecimiento descontrolado de la especie humana con sus respectivas fábricas, causando la devastación de hábitats naturales en todo el planeta. El capitalismo siempre ocultando las causas de los problemas para no hacer nada sobre ellas porque afectan sus intereses.

Domingo

Ciento veinte horas de encierro. Tengo la impresión de que todo lo que hago ya lo hice el día anterior. Como si estuviera en un permanente Dejá vu. La sensación de vivir únicamente en tiempo presente, sin certezas, sin expectativas, sin desafíos, sin estrategias, sin sueños.

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