Compartir el ascensor con desconocidos es una de las situaciones
más incómodas que te puede suceder. Los ademanes calculados, miradas
esquivas, ojos en el celular, el tiempo congelado. La incomodidad es
directamente proporcional a la altura del piso al que vayas. Un piso
veinte es un eterno viaje hacia el infierno. A menos que se suba alguien
que te guste mucho. En ese caso, te sientes como en una montaña rusa.
Un placer filoso como una daga. Entonces te miras al espejo y sientes el
peso de tus cuarenta años, eres un anacronismo vivo, tan atávico como
un dinosaurio.
Microrrelato publicado en el libro "Taller de Escritura Móntame una Escena nº6" de Literautas.
Microrrelato publicado en el libro "Taller de Escritura Móntame una Escena nº6" de Literautas.
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