miércoles, 19 de abril de 2017

Susana


Susana esperaba. Un chubasco sacudía las escuálidas ramas de los árboles que aún quedaban en pie, salpicaba las tumbas del cementerio y rebotaba sobre su paraguas negro. Con el mismo paciente estoicismo que había tenido durante los últimos cinco años, permanecía erguida junto a la tumba de su marido.


Al estrellarse contra el barro, la lluvia, que no menguaba, salpicaba sus tobillos desnudos a pesar del abrigo, la falda larga y los tacones que llevaba. Ella seguía imperturbable. Con la mirada clavada en suelo pensaba en Fernando, su marido.  Recordaba su risa estruendosa, sus movimientos torpes. En los charcos que empezaban a formarse le pareció ver fragmentos de su rostro.

Evocó el día en que se conocieron, el día que le propuso matrimonio, la boda, la lluvia de sobres, el carro que les regaló su cuñado, la casa que heredaron de sus suegros, el fatal accidente…

Para ella los bienes de su esposo eran nada comparado con lo que había tenido que soportar. Desde de la luna de miel cuando Fernando se emborrachó en el bar del hotel y empezó a gritarla, a tratarla de “puta” y a recordarle sus orígenes delante de todos los huéspedes, en medio de una vergonzosa escena de celos porque creyó que ella estaba divertidísima chateando con otra persona.

Pero ese fue solo el comienzo. Su matrimonio fue un prolongado bostezo, con algunos insultos esporádicos para romper la rutina. Además de borracho y agresivo, Fernando era un gordo flojo suertudo, cuya única virtud era haber sabido aprovecharse de la generosidad de su familia. Susana siempre se sintió maltratada por esos “riquitos” que la subestimaban solo por no haber ido a la universidad y tener un cargo importante como ellos. ¡Cuánta injusticia había en el mundo!, pensaba.

Pero ella no había nacido para dejarse pisotear por nadie. Criada en los suburbios de la ciudad, sabía de la importancia de la astucia para sobrevivir. Rubia, voluptuosa y extrovertida, fue como un diamante encontrado en medio de tanta pobreza. Y así lo entendió ella y así lo supieron sus tías que la introdujeron en el mundo de la prostitución tan pronto notaron que la niña se convertía en señorita. Por sus evidentes atributos que contrastaban con su cara angelical, fue cuestión de meses para que pasara del burdel del barrio a la zona de tolerancia más exclusiva de la ciudad. Allí conocería a Fernando, en una de sus acostumbradas borracheras, quien desde entonces se convertiría en su cliente habitual. Extasiado por tanta juventud y belleza, no tardó en hacerle la excéntrica propuesta: que dejara esa vida y se fuera a vivir con él. Ella le dijo que no, pero a la noche siguiente había cambiado de opinión. Una semana después ya estaban viviendo juntos. Un mes después quedó embarazada. Dieciocho meses después, viuda.

De pronto advirtió que ya había escampado y Eduardo no llegaba, algo inusual en él. Siempre muy puntual. ¿Le habría pasado algo? ¿Se habría quedado tomando en el bar con algún amigo? ¿O quizás con alguna de sus amigas? Y cuando nubarrones de oscuros pensamientos empezaban a apoderarse de Susana, que aún permanecía junto a la tumba de su marido, apareció él, en su moto, con su chaqueta negra de cuero. El cementerio, de pronto, se iluminó.

-Me tenía preocupada, papito. ¿Por qué se demoró tanto? ¿Ah?

-Mami, usted sabe que con esa lluvia tan brava es mejor parar, no hay sea que me pase lo mismo que a Fernando, dijo con una voz socarrona y ambos se echaron a reír, ella con un poco de vergüenza.

Susana se santiguó dos veces y mirando la tumba del difunto le dijo:

-Bueno, lo importante es que para la Fiscalía el accidente fue culpa de los frenos, y lo de la póliza sale la otra semana. Mil milloncitos para que nos vayamos solitos con el chino.



-Mami, usted es perversa. Una perversa muy buena.

@Tecnorot

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