jueves, 5 de abril de 2018

Al garete



Sopor. Quietud malsana. Olas lánguidas desvaneciéndose con desgano contra la proa. Aguas yermas. Un viejo barco se interna en la inmensidad del océano bajo la indiferencia del sol metálico de mediodía. Los únicos tres tripulantes de la embarcación,  recostados en sus literas con la resignada nostalgia de quienes después de mucho tiempo deciden entregarse a su suerte, sin luchar.


Cuando le propusieron unirse a una expedición por el sur del Océano Atlántico en busca de un tesoro incierto, Vladimir Rodríguez no dudó ni un segundo en aceptar. Al fin y al cabo, en tierra su mediocre vida de abogado era tan solitaria como en altamar. No tenía esposa ni amigos, ni socios, ni cómplices, ni siquiera alguien con quien pudiera encontrarse para intercambiar un saludo. Por eso cuando el capitán Cabañas, 70 años de edad, ojo de vidrio y una serpiente de mascota, le hizo la extravagante oferta, Vladimir solo contempló la fortuna que le prometió, una y otra vez, el viejo capitán. En cambio, no pensó ni por un segundo los riesgos de navegar 30 mil kilómetros sobre un barco vetusto e inseguro, operado además por un anciano excéntrico que acababa de conocer.

El día que el capitán Cabañas decidió vender las propiedades de toda una vida para comprar un barco pesquero en el que, como él mismo dijo en aquella ocasión, “colonizaría las islas Orcadas, en los últimos rincones del Atlántico”, sus hijos notaron que algo en la mente de su padre no se encontraba bien. “No se preocupen tanto porque después de mi expedición por el África voy a multiplicarles la herencia y ahí sí me van a agradecer, arpías”, les dijo el capitán a sus retoños cuando intentaron hacerle entrar en razón. “¿La misión acaso no consistía en encontrar una islas perdidas en el Atlántico, papá?”, lo interpeló su hija mayor. Evidentemente ofuscado, simplemente se limitó a lanzarle una mirada llena de pólvora y acto seguido, salió de la habitación. Era su manera favorita de terminar con las discusiones en su casa.

Para Lorenzo Madrigal, periodista, la situación fue distinta. Tuvo que dejar a su esposa e hijos para acompañar al capitán Cabañas en su excéntrica expedición, con la absoluta certeza de que era la forma más rápida de dejarle unos pesos a su familia. Años de desempleo le habían enseñado que un reportero como él no representaba competencia alguna para la velocidad y precisión de los programas informáticos que habían reemplazado a los humanos en las salas de redacción de los principales periódicos de la ciudad. Después de naufragar en la ingratitud de los empleos mal remunerados, comprendió que la inteligencia artificial se había apoderado también de su campo profesional. Así las cosas, subir al barco y emprender tamaño viaje era una decisión difícil, pero menos difícil que conseguir empleo con una profesión que repentinamente había entrado en desuso, debido a los frenéticos avances de la tecnología.

Lorenzo miró al tipo que estaba a su lado y de inmediato reconoció el terror que produce la incertidumbre humana cuando se enfrenta a lo desconocido. Miró al capitán buscando trasladar en él toda la responsabilidad de la misión para llenarse de valor, pero se encontró con un hombre de pupilas centelleantes cuya mente estaba a miles de kilómetros de distancia. Miró el cielo nublado, se santiguó y entró en “Dulcinea” sin saber, en ese momento, que ambos se habrían de embarcar en una expedición sin regreso, en la que se perderían al entrar a mar abierto, y por la cual pasarían más de 2 años de penurias al lado de un longevo marinero que le mintió a su familia, a sus amigos y a sus tripulantes menos a él mismo, porque desde hacía meses lo único que tenía claro en este mundo era el propósito de su travesía: morir en altamar, tal como lo hizo su bisabuelo,su abuelo y su padre, y de esa manera llevarse a la tumba una tradición marinera que siempre le fue esquiva, pues el señor Cabañas fue un humilde cajero cuya única virtud fue acumular los ahorros de toda una vida para darse a la mar.

“Dulcinea” se balancea sobre las aguas turbias; el sol impasible sin provocar sombra. El barco, al garete con dos tripulantes arrepentidos.

@Tecnorot

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