martes, 11 de septiembre de 2018

El soma de nuestros días


Un mundo feliz [1]de Aldous Huxley quizás sea una de las novelas de ciencia de ficción distópica que más se ha aproximado a predecir los tiempos en que vivimos y a brindarnos algunos destellos que podrían ayudar a iluminar  nuestro entendimiento del mundo en esta época de ceguera colectiva. Leerla, casi un siglo después de su publicación, puede ser una experiencia inquietante, especialmente cuando se va descubriendo que muchas de las predicciones plasmadas en sus páginas se están haciendo realidad. En los albores de la Era Digital, el exceso de información y el consumo compulsivo de bienes pareciera ser “el nuevo opio del pueblo”. Me explicaré.

Todo individuo considera que los límites de su propia visión son los límites del mundo.

Arthur Schopenhauer


A diferencia de otras obras del género, “Un mundo feliz” vislumbró un futuro en el que la sociedad sería controlada más por las distracciones y el entretenimiento, que por la represión del Estado, el miedo y la censura, como ocurría a principios del siglo XX —cuando se escribió la novela— con el auge de los totalitarismos en Italia, Alemania, la U.R.S.S. y algunos países de Europa oriental.

Generalmente, el lector de literatura distópica se suele encontrar con sociedades hipotéticas, herederas de un presente incierto y desesperanzador, donde un régimen de carácter totalitario se vale del monopolio de la ciencia y la tecnología para controlar a unos individuos, diminutos en un universo que cada día les resulta más incomprensible.

Bastará mencionar otros dos títulos que junto con Un mundo feliz componen la trinidad ilustre de este subgénero de la ciencia ficción: 1984 de George Orwell y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, para ver un común denominador: civilizaciones esclavizadas por los medios masivos, las drogas y la resignación, donde los avances científicos han deshumanizado a la sociedad a un grado tan alto en el que el ideal de felicidad solamente puede ser alcanzado por los individuos a costa de su propia libertad.

Como recordarán, en la utopía de Orwell la sociedad está en guerra permanente, los gobernantes ejercen una opresión sádica sobre la población mediante un todopoderoso y omnipresente Gran Hermano; mientras que en la fábula de Bradbury se presenta una sociedad hipotética donde los libros están prohibidos y los bomberos los queman.

En cambio, la sociedad descrita en Un mundo feliz es la de un Estado Mundial en el que la guerra ha sido eliminada y en el que el objetivo principal de los gobernantes es evitar a cualquier precio los conflictos. La población es controlada, de manera imperceptible, con eslóganes, hipnopedia y una droga llamada soma, “sustancia destinada a proveer al ser humano de una efímera y falsa libertad y de mantenerlo así en un eterno letargo mental que elimina, por tanto, su capacidad de pensamiento libre e individual y lo convierte en un elemento pasivo del sistema”.[2]

Herbert Marcusse [3] intentaría desenmascarar, dos décadas después y soportado en la Teoría Crítica, rasgos totalitarios de las sociedades industriales avanzadas del mundo occidental, ocultos en el seno de las democracias liberales que mediante la manipulación de las necesidades de los individuos condicionan los contenidos de la conciencia.                                                                                            
Al igual que Marcuse y Borges, quien dijo que “la democracia es una superstición”[4], Huxley, en su ensayo “La propaganda en una sociedad democrática”, advirtió que las democracias capitalistas hacen parte de esta gran ilusión de libertad que ha prevalecido en Occidente gracias al desarrollo de los medios masivos de comunicación, interesados no en lo cierto ni en lo falso sino en lo irreal, o en otras palabras: en lo completamente irrelevante.

Le preocupaba especialmente que llegara un momento en que el desarrollo de los medios de comunicación ofreciera a los individuos tanta información que éstos no supieran qué hacer con ella, y en consecuencia la verdad quedara ahogada en un mar de irrelevancia.

En la Era Digital actual, los individuos además de ser consumidores también somos el producto, y de esa manera pasaron a ser simplemente piezas de un inmenso engranaje el cual no pueden enfrentar, porque ni siquiera consiguen percibirlo ni entenderlo, por tanto solamente les queda la opción de integrase a él por medio del trabajo y del consumo.

Un control mucho más sofisticado y efectivo de lo que hubiera imaginado Foucault; una economía de la atención donde los datos son el nuevo petróleo y los usuarios el producto; un mundo en el que la adquisición constante de bienes materiales e inmateriales (en forma de dopamina digital) llevaría a los individuos a querer consumir de manera impulsiva cada vez más; consumidores que por el hecho mismo de encontrarse inmersos dentro de unos entornos digitales que evolucionan muchísimo más rápido que sus usuarios serían incapaces de entender los efectos de esta ‘nueva droga digital’, sencillamente porque sus  facultades cognitivas probablemente ya habrían sido alteradas por dicha tecnología. Esta situación alteraría irremediablemente la noción de realidad que los individuos tienen sobre el mundo, un mundo que hace décadas dejaron de comprender, cosa que además los hace inofensivos para el sistema.

En suma, la visión de sociedad distópica de Huxley cabría en la de una dictadura perfecta con el aspecto de una democracia, un sistema de explotación en el que gracias al consumismo —fomentado por el sistema capitalista— los explotados amarían su servidumbre; una prisión sin barrotes ni muros en la que los reclusos ni siquiera soñarían con escapar.

Por Camilo Pérez García
Bibliografía

Huxley Aldous, Un mundo feliz, Madrid, Ediciones Cátedra,  1932,
Huxley Aldous, Retorno a un mundo feliz, “La propaganda en una sociedad democrática”, Capítulo IV, Madrid, Ediciones Cátedra, 1958.
Kaku, Michio, La física del futuro, Barcelona, Editorial Debate, 2011.
Marcuse Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Editorial Planeta-Agostini, 1964
Sabato, Ernesto, Hombres y engranajes, Buenos Aires, Emecé Editores, 1951.



[1] El título original del libro es “Brave New World” (1932) y fue extraído de una frase de la joven Miranda en el acto quinto de la obra de teatro “La tempestad” de William Shakespeare. “O brave new world, / That has such people in’t!”.
[2] (Huxley 1932 69)
[3] (Marcuse 1964 34)
[4] "La democracia es una superstición", diario El País de España, 8 de septiembre de 1976.

1 comentario:

  1. Ciencia, progreso y tecnología el gran tridente que nos subyaga. Tal vez la alternativa sea el desapego de todos los artificios infundados, ¿cómo individuos lo deseamos? y de ser así, por qué no actuamos. Desomatizate como lo propone Bernad.

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