Los dirigidos por Pékerman fueron avasallados por la
potencia física de los ingleses; se encontraron con el empate en el minuto 93’y
quedaron eliminados en la tanda de penaltis.
En el fútbol se puede jugar bien
o se puede jugar mal, y también se puede ganar y se puede perder. La cuestión es
que en este deporte no siempre funcionan las reglas de la lógica; son más bien
elusivas; más cercanas al azar.
Hay equipos que juegan de manera
brillante como el Barcelona de Guardiola, la Holanda de Cruyff o el Brasil de
Zico, y todo el mundo los recuerda, hayan ganado títulos o no. Como los buenos
libros, se vuelven inmortales y su leyenda se acrecienta a medida que pasan las
décadas.
También han existido selecciones
campeonas del mundo y de Europa como Italia en el Mundial del 2006 o Portugal
en la Eurocopa 2016 que se desvanecen lánguidamente, porque su juego nunca fue lo
suficientemente brillante para quedar en la memoria de los aficionados; con el
paso del tiempo se convierten en un dato inerte, una simple estadística que
reposa en los anaqueles de la historia del fútbol, como aquella selección
italiana que ganó los mundiales del 34 y del 38.
El problema es que los equipos que
encauzan su sistema de juego solamente para obtener resultados, indiferentes
con el espectáculo, cuando no los consiguen son castigados por la despiadada
crueldad del olvido, sin el cariño del público ni el respeto de sus rivales.
La derrota siempre será menos
dura para quienes disfrutan el juego, deleitan al público y se olvidan del
marcador, precisamente porque para ellos el fútbol es arte, un arte donde las
gambetas, los enganches, las paredes y la posesión del balón con dinámica y movilidad,
son más importantes que un simple resultado. Por eso cuando terminan los
partidos quienes respetan la pelota salen con la conciencia tranquila, pudiéndose
mirar unos a otros con la tranquilidad de que lo dejaron todo en la cancha,
incluido su talento; porque respetaron su filosofía de juego y se ganaron el
corazón de los aficionados.
Colombia en ningún momento
respetó la pelota, ni disfrutó la experiencia en el terreno de juego, y por eso
terminó empacando maletas de manera precoz en Rusia. Pékerman apostó únicamente
por el resultado (y estuvo a punto de conseguirlo, es verdad), pero cuando la
única solución ofensiva de un equipo es la pelota quieta, se incrementa de
manera dramática el porcentaje de azar que interviene en el triunfo. Contra
Inglaterra, al final la moneda indefectiblemente terminó cayendo por el lado de
la derrota, y la Selección se fue con más pena que gloria, a pesar de las
expectativas de la prensa deportiva y de la ilusión de la gente.
Del juego contra los ingleses no
hay mucho que decir. La estrategia de Pékerman fue reforzar el mediocampo con tres
volantes de marca (Sánchez, Lerma y Barrios); la intención claramente era la de
no recibir goles, aguantar, forzar el alargue.
Un planteamiento sensato si se
tenía en cuenta la potencia y velocidad de los ingleses; sin embargo los
jugadores colombianos (al igual que contra Brasil en el Mundial pasado) entraron
a la cancha muertos de miedo. El mediocampo fue arrasado por la dinámica de
Henderson, Lindgard, Delle Allí, Young y Trippier, cinco volantes que anularon
el circuito ofensivo entre Quintero, Cuadrado y Falcao, quien estuvo más solo
que nunca.
En el primer tiempo, Colombia solo
tuvo una aproximación al arco de Pickford: un remate débil e inofensivo de
Quintero. Mientras que la amenaza inglesa siempre fue latente. La primera parte
terminó 0-0 gracias al gran trabajo de los cuatro zagueros, especialmente Yerry
Mina y Davinson, quienes no parecían jóvenes de 22 años en su primer Mundial, sino
veteranos con tres mundiales encima.
En el segundo tiempo, la actitud
de los equipos en la cancha era la misma, aunque ninguno de los dos porteros
pasaba apuros. Hasta que en el minuto 54’, Carlos Sánchez (como contra Japón) volvió
a tirar al piso el tablero táctico de Pékerman. Preso de los nervios, se le
montó encima a Kane en un cobro de tiro de esquina. Penal y gol del delantero
inglés.
Con la obligación de atacar,
Colombia tuvo que cambiar el libreto. Fueron minutos de impotencia y ansiedad,
en el que la Selección no podía llegar con peligro al arco de Pickford, a pesar
de que en los últimos minutos del partido Inglaterra decidió bajar una marcha y
guarecerse en su campo a defender la ventaja, como esos boxeadores que se recuestan
deliberadamente contra las cuerdas para aguantar los embates de su
contrincante.
Faltando 10 minutos y con el
ingreso de Bacca y Uribe el equipo se le fue encima a los ingleses. El 4-3-2-1
pasó a ser abiertamente un agresivo 4-2-4. Los ingleses entonces no pudieron
salir más de las cuerdas. Y atacando con más testosterona que orden, Colombia
dio la sensación de que se habían desperdiciado 80 minutos de partido. En el
93’ Mateus Uribe (sí, el jugador número 12 de la Selección para Pékerman)
disparó un bombazo imposible que Pickford alcanzó a mandar al ‘corner’. Y la
jugada favorita llegó. Cobró Cuadrado y nuevamente apareció Yerry Mina, el
goleador de la Selección en el Mundial, que se elevó por las nubes y clavó un
cabezazo fulminante. ¡Goolazoo! Un gol que no se cantaba con tanta emoción en
Colombia, desde aquel 19 de junio de 1990 cuando Freddy Rincón anotó el gol del
empate ante Alemania.
Ahora en el Spartak de Moscú todo
sugería que la hazaña era posible. “Sí se puede”, “sí se puede”, con júbilo
coreaba la mancha amarilla desde las tribunas; todo sugería que David iba a
volver a vencer a Goliat. En la primera parte de la prórroga, los colombianos
ilusionaban con que sí se podía, ante unos jugadores ingleses que seguían sin
reponerse del mazazo que les propinó el hijo de Guachené. Pero pasaron aquellos
momentos de calor y efervescencia y Colombia no pudo dar el golpe de gracia que
se necesitaba cuando tambaleaba su rival. En la segunda parte, el orden natural
del partido se reestableció: los colombianos refugiados en su propio campo
tratando de contener a los ingleses que después de tomar aire ahora arremetían
con todo lo que les quedaba. Incluso tuvieron un par de ocasiones claras de gol
para ganar.
Penaltis. Falcao, Cuadrado y
Muriel acertaron con categoría. Ospina le atajó el tercero a Henderson, y todo
parecía destinado para la hazaña. Uribe tomó el balón. Pateó duro, al ángulo
superior izquierdo pero el travesaño le dijo que no, que era demasiado premio
para un país del tercer mundo que había dejado tan poco en la cancha. Entonces
Inglaterra revivió, atinó los dos siguientes y Bacca desperdició el último,
ante un portero que se adelantó de forma grosera. Todo el mundo lo vio menos el
VAR, mucho menos el árbitro estadounidense de la FIFA que estuvo siempre del
lado de los europeos.
Dura eliminación que acabó con la ilusión de millones de colombianos que soñaban con jugar la final; quizás entusiasmados por ver a su equipo en la zona más favorable del cuadro, sin España y Alemania; quizás por esa actitud folclórica que nos caracteriza; quizás porque un Mundial de Fútbol es uno de los pocos espectáculos que durante un mes nos permite olvidar la cruda realidad de vivir en un país donde la gente tiene prohibido exigir sus derechos (durante los últimos 18 meses fueron asesinados 311 líderes sociales y defensores de derechos humanos, según la Defensoría del Pueblo), un país donde el fiscal anticorrupción fue capturado por corrupto el año pasado, un país que registra más de 8 millones de víctimas a causa del conflicto armado, un país con regiones enteras condenadas a la pobreza y al olvido, mientras los dirigentes entregan las riquezas del suelo y el subsuelo de la nación a las multinacionales, un país en el que mientras a la economía le va muy bien, a los colombianos 'de a pie' les va muy mal.
Resumen de la FIFA
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