Sopor. Quietud malsana. Olas lánguidas
desvaneciéndose con desgano contra la proa. Aguas yermas. Un viejo barco se
interna en la inmensidad del océano bajo la indiferencia del sol metálico de
mediodía. Los únicos tres tripulantes de la embarcación, recostados en
sus literas con la resignada nostalgia de quienes después de mucho tiempo
deciden entregarse a su suerte, sin luchar.
Cuando le propusieron unirse a una expedición por
el sur del Océano Atlántico en busca de un tesoro incierto, Vladimir Rodríguez
no dudó ni un segundo en aceptar. Al fin y al cabo, en tierra su mediocre vida
de abogado era tan solitaria como en altamar. No tenía esposa ni amigos, ni
socios, ni cómplices, ni siquiera alguien con quien pudiera encontrarse para
intercambiar un saludo. Por eso cuando el capitán Cabañas, 70 años de edad, ojo
de vidrio y una serpiente de mascota, le hizo la extravagante oferta, Vladimir
solo contempló la fortuna que le prometió, una y otra vez, el viejo capitán. En
cambio, no pensó ni por un segundo los riesgos de navegar 30 mil kilómetros
sobre un barco vetusto e inseguro, operado además por un anciano excéntrico que
acababa de conocer.
El día que el capitán Cabañas decidió vender las
propiedades de toda una vida para comprar un barco pesquero en el que, como él
mismo dijo en aquella ocasión, “colonizaría las islas Orcadas, en los últimos
rincones del Atlántico”, sus hijos notaron que algo en la mente de su padre no
se encontraba bien. “No se preocupen tanto porque después de mi expedición por
el África voy a multiplicarles la herencia y ahí sí me van a agradecer,
arpías”, les dijo el capitán a sus retoños cuando intentaron hacerle entrar en
razón. “¿La misión acaso no consistía en encontrar una islas perdidas en el
Atlántico, papá?”, lo interpeló su hija mayor. Evidentemente ofuscado,
simplemente se limitó a lanzarle una mirada llena de pólvora y acto seguido,
salió de la habitación. Era su manera favorita de terminar con las discusiones
en su casa.
Para Lorenzo Madrigal, periodista, la situación fue
distinta. Tuvo que dejar a su esposa e hijos para acompañar al capitán Cabañas
en su excéntrica expedición, con la absoluta certeza de que era la forma más
rápida de dejarle unos pesos a su familia. Años de desempleo le habían enseñado
que un reportero como él no representaba competencia alguna para la velocidad y
precisión de los programas informáticos que habían reemplazado a los humanos en
las salas de redacción de los principales periódicos de la ciudad. Después de
naufragar en la ingratitud de los empleos mal remunerados, comprendió que la
inteligencia artificial se había apoderado también de su campo profesional. Así
las cosas, subir al barco y emprender tamaño viaje era una decisión difícil,
pero menos difícil que conseguir empleo con una profesión que repentinamente
había entrado en desuso, debido a los frenéticos avances de la tecnología.
Lorenzo miró al tipo que estaba a su lado y de
inmediato reconoció el terror que produce la incertidumbre humana cuando se
enfrenta a lo desconocido. Miró al capitán buscando trasladar en él toda la
responsabilidad de la misión para llenarse de valor, pero se encontró con un
hombre de pupilas centelleantes cuya mente estaba a miles de kilómetros de
distancia. Miró el cielo nublado, se santiguó y entró en “Dulcinea” sin saber,
en ese momento, que ambos se habrían de embarcar en una expedición sin regreso,
en la que se perderían al entrar a mar abierto, y por la cual pasarían más de 2
años de penurias al lado de un longevo marinero que le mintió a su familia, a
sus amigos y a sus tripulantes menos a él mismo, porque desde hacía meses lo
único que tenía claro en este mundo era el propósito de su travesía: morir en
altamar, tal como lo hizo su bisabuelo,su abuelo y su padre, y de esa manera
llevarse a la tumba una tradición marinera que siempre le fue esquiva, pues el
señor Cabañas fue un humilde cajero cuya única virtud fue acumular los ahorros
de toda una vida para darse a la mar.
“Dulcinea” se balancea sobre las aguas turbias; el
sol impasible sin provocar sombra. El barco, al garete con dos tripulantes
arrepentidos.
@Tecnorot
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