lunes, 20 de junio de 2016

El doble

Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte, una fuerza opuesta que, en ocasiones, emerge de lo más profundo de nuestro ser para alterar ese equilibrio cósmico existente entre el bien y el mal. Sabemos que la compensación de ambas fuerzas es lo que mantiene al mundo en movimiento, como también que el desequilibrio es nuestro pasaporte a la perdición. Anoche, por ejemplo, Alfonso terminó en la ‘olla’, otra vez, y yo —esta mañana— tuve que pagar los platos rotos, como siempre.





Todo empezó ayer en la mañana, mientras cebaba la yerba mate. Acostumbrado a desayunar fruta fresca, huevos y café, Alfonso decidió cambiar su dieta, descompensando alguno de los elementos que se hallan en su interior, y que lo hacen ir al trabajo y cumplir con sus obligaciones diarias, en vez de inmolarse en la plaza pública, por ejemplo.

Rumbo a la oficina, manejaba más rápido que de costumbre. Zigzagueaba por la avenida principal, al ritmo frenético de Slayer, incapaz de identificar, a esta altura, que todo había dejado de importar, salvo su gigantesco ‘Yo’ y sus necesidades reprimidas, que ya acaparaban el 100 por ciento de sus pensamientos. Así somos todos, supongo. Una gigantesca corriente de agua contenida por un insignificante dique.

Ya en la oficina, sus niveles de tolerancia entraron rápidamente en vías de extinción. No soportaba el teclear de Magaly (la secretaria), mucho menos el murmullo incesante de sus compañeros de trabajo. El repicar de los teléfonos lo tenían al borde de la demencia. De haber tenido una metralleta en ese momento, le habría hecho un favor al mundo acabando con esas existencias estúpidas. Sobre las diez de la mañana ya se había tomado ocho tintos, en vez de los dos con que suele comenzar el día, y reemplazado su rutina matutina de yoga con una prolongada y estúpida discusión que sostuvo con varios de sus compañeros acerca del fin del mundo y de las señales que anunciarán el “Apocalipsis”.

Apenas era martes, pero la búsqueda de cosas sublimes en lugares equivocados ya no tenía marcha atrás. Por eso lo primero que hizo al terminar su jornada laboral, fue dejar las llaves del carro a su secretaria, tomar un bus hacia el barrio San Bernardo, uno de los más peligrosos del centro de la ciudad, y localizar a un ‘jíbaro’ conocido, donde se abastecería con cinco gramos de marihuana, una roca de cocaína y siete papeletas de basuco para mantener la euforia que le permitiera continuar su tediosa vida el resto de la semana. Y así hubiera sido, de no ser porque después de fumarse el primer 'madurito' (cigarrillo de marihuana y cocaína) sus prioridades cambiaron, así como sus principios y amistades. Todo se lo consumió allí, en compañía de una jauría de adictos, ladrones y prostitutas que, fascinados por el inusual visitante de corbata, lo escoltaron en una especie de sevicia morbosa, probablemente hasta que se gastó todo su dinero.

Descendiendo de la loma, sin un peso en los bolsillos, trataba de entender la razón cósmica de esta nueva recaída que, en esta ocasión, me costó dos millones de pesos y un nuevo llamado de atención en el trabajo.



Por: @Tecnorot


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