Susana esperaba. Un chubasco
sacudía las escuálidas ramas de los árboles que aún quedaban en pie, salpicaba
las tumbas del cementerio y rebotaba sobre su paraguas negro. Con el mismo
paciente estoicismo que había tenido durante los últimos cinco años, permanecía erguida junto a la tumba de su marido.
Al estrellarse contra el
barro, la lluvia, que no menguaba, salpicaba sus tobillos desnudos a pesar del
abrigo, la falda larga y los tacones que llevaba. Ella seguía imperturbable.
Con la mirada clavada en suelo pensaba en Fernando, su marido. Recordaba su risa estruendosa, sus movimientos
torpes. En los charcos que empezaban a formarse le pareció ver fragmentos de su
rostro.
Evocó el día en que se
conocieron, el día que le propuso matrimonio, la boda, la lluvia de sobres, el
carro que les regaló su cuñado, la casa que heredaron de sus suegros, el fatal
accidente…
Para ella los bienes de su
esposo eran nada comparado con lo que había tenido que soportar. Desde de la
luna de miel cuando Fernando se emborrachó en el bar del hotel y empezó a
gritarla, a tratarla de “puta” y a recordarle sus orígenes delante de todos los
huéspedes, en medio de una vergonzosa escena de celos porque creyó que ella
estaba divertidísima chateando con otra persona.
Pero ese fue solo el
comienzo. Su matrimonio fue un prolongado bostezo, con algunos insultos esporádicos
para romper la rutina. Además de borracho y agresivo, Fernando era un gordo
flojo suertudo, cuya única virtud era haber sabido aprovecharse de la
generosidad de su familia. Susana siempre se sintió maltratada por esos
“riquitos” que la subestimaban solo por no haber ido a la universidad y tener
un cargo importante como ellos. ¡Cuánta injusticia había en el mundo!, pensaba.
Pero ella no había nacido
para dejarse pisotear por nadie. Criada en los suburbios de la ciudad, sabía de
la importancia de la astucia para sobrevivir. Rubia, voluptuosa y extrovertida,
fue como un diamante encontrado en medio de tanta pobreza. Y así lo entendió
ella y así lo supieron sus tías que la introdujeron en el mundo de la
prostitución tan pronto notaron que la niña se convertía en señorita. Por sus
evidentes atributos que contrastaban con su cara angelical, fue cuestión de
meses para que pasara del burdel del barrio a la zona de tolerancia más
exclusiva de la ciudad. Allí conocería a Fernando, en una de sus acostumbradas
borracheras, quien desde entonces se convertiría en su cliente habitual.
Extasiado por tanta juventud y belleza, no tardó en hacerle la excéntrica
propuesta: que dejara esa vida y se fuera a vivir con él. Ella le dijo que no,
pero a la noche siguiente había cambiado de opinión. Una semana después ya
estaban viviendo juntos. Un mes después quedó embarazada. Dieciocho meses
después, viuda.
De pronto advirtió que ya
había escampado y Eduardo no llegaba, algo inusual en él. Siempre muy puntual.
¿Le habría pasado algo? ¿Se habría quedado tomando en el bar con algún amigo?
¿O quizás con alguna de sus amigas? Y cuando nubarrones de oscuros pensamientos
empezaban a apoderarse de Susana, que aún permanecía junto a la tumba de su
marido, apareció él, en su moto, con su chaqueta negra de cuero. El cementerio,
de pronto, se iluminó.
-Me tenía preocupada,
papito. ¿Por qué se demoró tanto? ¿Ah?
-Mami, usted sabe que con
esa lluvia tan brava es mejor parar, no hay sea que me pase lo mismo que a
Fernando, dijo con una voz socarrona y ambos se echaron a reír, ella con un
poco de vergüenza.
Susana se santiguó dos veces
y mirando la tumba del difunto le dijo:
-Bueno, lo importante es que
para la Fiscalía el accidente fue culpa de los frenos, y lo de la póliza sale
la otra semana. Mil milloncitos para que nos vayamos solitos con el chino.
-Mami, usted es perversa.
Una perversa muy buena.
@Tecnorot
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